Cuba, parte 1: Cayo Largo

Aquel gordo canadiense no será de mucha ayuda, pero es de los más débiles y quizá podamos carnearlo si las cosas se ponen difíciles. Habría para todos; hasta para los austríacos. Por más que tuve buena onda hace unos minutos con ellos –riéndonos cómplicemente sobre la figura de Arnold– no les confiaría la búsqueda de un buen refugio; se los ve muy acaramelados como para colaborar con la comunidad. Que hagan rancho aparte. De última los llamamos cuando el canadiense esté dorado de ambos lados.

¿Por qué tenía que haber cordobeses? Estoy harto de los cordobeses. Seguro que perderían el tiempo buscando hierbas para elaborar fernet isleño de emergencia. Sin ánimos de discriminar, no puedo imaginar un naufragio con presencia cordobesa. Estarían alegres todo el tiempo, optimistas, de joda, armarían movida nocturna ya desde los primeros días. Simplemente no me cierra a nivel cinemático. Aunque teniendo tantos chicos, irían muriendo rápidamente, lo que le da un toque de dramatismo. Uno de los padres, desesperado, buscando bayas que no sean venenosas para sus hijos o peleando con un mono aullador por un trozo de pescado que–

Acá es cuando mi pensamiento fatalista previo al despegue de esta dudosa aeronave se hubiera visto interrumpido por las instrucciones típicas de seguridad antes de cada vuelo normal. Pero, claro, la azafata de Aerogaviota (a propósito: ¿Gaviota? ¿En serio? ¿Esa rata con alas cuya existencia se limita a atacar en bandada –rábidamente– a cualquier indefenso bañista que con solo portar una miga de pan corre el riesgo de decapitación? Me hubiera inclinado más por un Aeroáguila, Aeroalbatros y hasta Aerogorrión) debe querer evitar sarcasmos y se limita a sentarse sin decir palabra.

«A la grande le puse Cuba y a la chica Isla de la Juventud».

Increíblemente recuerdo de otros instructivos cómo conectar las hebillas de mi cinturón, incluso mientras observo con atención el interior del pequeño avión propulsor, probablemente de origen soviético, circa 1950. Estimo que la escasez de ventanillas es para que los pasajeros no podamos ver al puñado de cubanos que empujan la aeronave para darle un envión en el despegue.

Pero bueno: todos los ruidos que indican muchos componentes en mal funcionamiento al menos se van uniformando y me entero de que el vuelo tendrá una duración aproximada de 30 minutos. Ah, entonces si se apaga todo vamos planeando hasta llegar. O algo así.

Basta. Pensá en otra cosa. Pensá en la embajada rusa con forma de Transformer. O en la toalla que te cobraron por dejarla en la pileta del hotel. Buena onda arrancaron los cubanos. Salsa va, Cha Cha Cha viene, te fajan un par de CUC. Y en realidad no te persiguió nadie por esas calles no turísticas de La Habana, es tu paranoia; tu ansiedad por reencontrarte con caras conocidas. Igual, si hubiera sido así, los despitaste: ¡malditos comunistas!

La duración del vuelo es directamente proporcional al tamaño del bocadillo que te dan. En este caso, 30 minutos a Cayo Largo son igual a un caramelo de fruta y a un vaso de TuKola.

Hay tantos esloganes malintencionados posibles que no me atrevo a ninguno.

Realmente hacía bastante tiempo que no estaba tan ansioso por encontrarme con gente. Llegué al hotel y tiré mis cosas en la habitación para buscar a mis amigos. “¿Dónde puedo encontrarlos en un all-inclusive?”, pensé.

Atravesando el puentecito de la pileta de agua salada creí empezar a escuchar música instrumental emocionante. Sus cuerpos blanquecinos, apostados sobre una mesa repleta de diferentes platillos, me confirmaron la grata realidad de estas vacaciones: ¡Basta de conocer gente nueva por 10 días!

El reencuentro fue emotivo. A los 5 minutos ya me había sumado con un par de pizzas. Pensar en naufragios, cubanos y música de hoteles me había abierto el apetito.

Fue un descanso plácido y casi sin culpa el que gozamos en esta pequeña isla donde nadie realmente vive y los cubanos no pueden costear visitar. De reposera en reposera, persiguiendo al sol y a los camareros, que obviamente odian a todos los argentinos porque no gozamos de la mejor reputación en lo que respecta a gratitud.

Y, así, con la inercia del descanso ocioso, el grupo supo rechazar propuestas tan atrayentes como un campeonato de waterpolo, partidos de bochas con el reparto aún vivo de Cocoon y la constante insistencia para que nos aventurásemos al pueblo a un superboliche donde los empleados de los hoteles -después de sus livianas jornadas laborales de 18 horas- descocarían la noche cubana.

Playa del Hotel Sol Pelícano

Fugazmente se fueron los 5 días de sol y pelícanos; recargando las energías necesarias, incluso aquel que fuera increpado peligrosamente por una amenazante barracuda cerca de la costa de Playa Paraíso. Supongo que habrá aprendido la lección: casi nunca está lo cerca que parece esa islita de enfrente y casi siempre los peces son más rápidos que uno y no te tienen miedo.

Y se venía La Habana, el lugar donde si te descuidás no solo perdés el bronceado, sino también un monto considerable de dinero…


3 comentarios

  1. Aerogaviota va cabeza a cabeza con American Airlines, que por un vuelo de Denver a San Francisco ofrece (o al menos, ofrecía) una minúscula bolsa de pretzels asquerosos…

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